Editorial Cuneta: Nota de Patricio Pron sobre "Yo era una mujer casada" de César Aira

jueves, 23 de febrero de 2012

Nota de Patricio Pron sobre "Yo era una mujer casada" de César Aira




A pesar de su rareza, la personalísima poética del escritor argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949) puede ser reducida a una pequeña cantidad de elementos que la conforman al tiempo que le sirven de tema: la prescindencia del verosímil como criterio de validación de la narrativa, la concepción de las obras singulares como parte de una enciclopedia escrita por un solo autor, la incorporación del error al método de escritura y el "terminar" como valor superior a la corrección estilística, la preocupación por el método (que Aira llama "el dispositivo") y la producción regular y la publicación incesante como modo de obtención de lo que Aira llamó en algún sitio "un máximo de visibilidad".
Al menos desde 1990 Aira ha escrito y publicado anualmente entre dos y cuatro novelas o novelitas, como prefiere llamarlas. Unos meses atrás Literatura Mondadori publicó en España la magnífica El error al tiempo que la editorial santiaguina Editorial Cuneta lo hacía con Yo era una mujer casada, pero la mención a este ritmo incesante de producción y publicación no pretende realizar simplemente una constatación sino también apuntar al hecho de que este es consustancial con la poética del argentino, cuyos libros tienden a conformar series. En ese sentido, Yo era una mujer casada puede ser puesta en un mismo plano con otras novelas del autor de título similar como Yo era una chica moderna (2004) y Yo era una niña de siete años (2005). A diferencia de las de los libros anteriores, la de Yo era una mujer casada es una mujer vejada por su marido, al que califica de "monstruo" (7); sus monstruosidades tienen, sin embargo, el carácter de una farsa: el marido suele encender los cigarrillos con unas cerillas "con cabeza de átomos de uranio" (10), mastica las cintas de sus carteras y bebe en exceso. Un día le trae a su mujer las cabezas de sus padres en una bolsa, pero ésta resulta ser luego otra de sus bromas, para las que recurre a un escultor amigo. La protagonista debe desplazarse de madrugada por la periferia de la ciudad de Buenos Aires en procura de llegar al trabajo con el que alimenta a su marido, asiste a una batalla alegórica entre "La Recomendación" y "La Compasión" que gana la primera sólo para dar nacimiento a "La Autocompasión, bella como un ángel" (66), sufre una tos persistente debido a un hongo que se desplaza por su cuerpo desde la vagina hasta los pulmones y que los médicos extraen en forma de una gema, se dedica al bordado, vende la joya, el marido comienza a encogerse y ella tiene una epifanía al descubrir una estatua oculta en un jardín.
La producción regular y la publicación incesante no sólo constituyen una forma de obtener "un máximo de visibilidad", sino que también contribuyen a dotar a la obra de Aira de una serialidad que su autor llama "un continuo" y que funciona como método de producción y circulación de su literatura al tiempo que legitimación de la misma. Al igual que otras obras del autor, Yo era una mujer casada constituye parte de la obra de Aira al tiempo que sólo se sostiene como relato de Aira; de esa doble naturaleza de la obra del argentino se extrae también el hecho de que sus temas son los de la totalidad de su obra, que la ensayista argentina Sandra Contreras resume en su seminal Las vueltas de César Aira (2002) como "las vueltas del destino, las potencias demoníacas de la juventud y, tema favorito entre todos, el poder invencible del amor y su versión pesadillesca, el matrimonio" (292-293). A esa sucesión de temas debería agregarse el de la propia obra y sus vínculos siempre complejos con el realismo. Aira abandona la construcción laboriosa del verosímil y reemplaza la sucesión de hechos vinculados lógicamente por el encadenamiento de contingencias sin motivo sobre las que reflexiona. Así, la epifanía que tiene la narradora de Yo era una mujer casada al contemplar la estatua abandonada en el jardín es precisamente cómo narrar (y como vivir, podría agregarse) sin estar constreñida por la causalidad, un descubrimiento que el propio Aira ha hecho hace tiempo y es su principal aporte a la literatura argentina contemporánea:
Yo había vivido en el encadenamiento laborioso de las causas y los efectos. Aunque el trayecto de las unas a los otros suele ser breve como el salto de un pajarito en el césped, ese trayecto, ese saltito, se repite tantas veces al día... qué digo al día: ¡tantas veces por minuto!, que obliga a un movimiento perpetuo, sin descanso. Ese movimiento era el que me había esclavizado, había agotado mis fuerzas, me había dejado a la merced del monstruo de mi marido. [...] El remedio me lo dio la estatua. En ella, en la calma austera de sus átomos, vi cesar el movimiento, es decir [,] el tránsito de la causa al efecto. [...] en ella se encontraban (al fin) [...] la causa y el efecto. Se encontraban y se fundían en un abrazo. De ese abrazo nacía el Realismo. La causalidad no dependía de la sucesión. No había antes y después; un hecho no era causa por haber pasado antes ni otro era efecto por venir después. La causa y el efecto simplemente coincidían [...] (84-85).
Al final de Yo era una mujer casada su protagonista decide trabajar como payaso y piensa en un anuncio que contase su historia, que comenzase por el hecho de que ella era una mujer casada y que llegase hasta el presente de la escritura; al igual que en El volante (1992), ese anuncio es el libro que el lector tiene entre sus manos, que sirve de reclamo a una acción a la que no asistirá y de la que apenas se dan al lector algunas pistas:
Con el tiempo fui abandonando esas taxonomías del espectáculo; era más divertido mezclarlo todo, dejarme llevar en el caos de la representación, perderme y no encontrarme más. [...] ¿Que no lo hacía bien? De acuerdo. Nadie me había enseñado a hacerlo, y nunca me jacté de tener un talento natural. Casi nadie lo tiene, por lo demás, así que no había motivo para lamentarlo especialmente. Pero eso no tenía la menor importancia, tratándose de un payaso. Al contrario. Hacerlo bien habría significado hacerlo mal, y hacerlo tan mal como lo hacía yo era lo más eficaz, en la maravillosa transmutación de valores del payaso (89).
No creo que sea necesario agregar que esa actualización de los criterios que determinan el valor de una obra artística es la que realiza el propio Aira, quien escribió, en El error: "Había una sola puerta, con un cartel encima que decía: ERROR. Por ahí salí" (7). Es una suerte para sus lectores que el autor siga escogiendo para su obra el camino menos transitado.
César Aira
Yo era una mujer casada
Santiago de Chile: Editorial Cuneta, 2010
[Próximo miércoles: Diccionario de literatura para esnobs, de Fabrice Gaignault]


[Publicado el 21/2/2011 a las 11:26] en El Boomerang!

http://www.elboomeran.com/blog-post/539/10445/patricio-pron/cesar-aira-y-la-eficacia-de-hacerlo-mal/