Editorial Cuneta

miércoles, 26 de septiembre de 2012

"Colonos" de Leonardo Sanhueza, recibe el premio de la Academia Chilena de la Lengua



Editorial Cuneta felicita al autor de la Colección Menos es Más, Leonardo Sanhueza, por la reciente obtención del premio que anualmente entrega la Academia Chilena de la Lengua, al mejor libro publicado el año anterior (2011). La ceremonia, en la que participaron destacados poetas como Delia Domínguez, Juan Antonio Massone y Oscar Hahn, se realizó en el Instituto de Chile el pasado lunes 24 de septiembre.

De izquierda a derecha: Marcelo Montecinos (Director de Libros La Calabaza del Diablo), el galardonado poeta Leonardo Sanhueza, Galo Ghigliotto (Director de Editorial Cuneta) y Nadine Dejong. Foto: Rodrigo Olavarría.


Pronto publicaremos la declaración de la Academia al momento de la entrega de este importante premio. 


miércoles, 29 de agosto de 2012

Declaración de Editorial Cuneta sobre la muerte de Arturo Aguilera


El pasado viernes 10 de agosto, cerca de las 07:20 de la mañana, Arturo Aguilera, de 28 años (artista visual, gestor cultural, co-organizador de la Furia del Libro [feria de editoriales independientes], editor y diseñador de Editorial Cuneta) murió en el Hospital Salvador a causa de los severos daños recibidos tras ser atropellado en su bicicleta por un conductor ebrio. El hecho ocurrió en la intersección de las avenidas Bustamante y Santa Isabel a las 00:50 a.m. 10 de agosto. El conductor, identificado como Víctor Hugo Barriga Saavedra, manejaba el vehículo Chevrolet Sail 1.4 patente DFGL-28 a exceso de velocidad y escapando de un choque anterior cuando pasó el semáforo en rojo por Avenida Bustamante con dirección Sur-Norte. Arturo venía en su pista atravesando con luz verde cuando recibió el impacto. Luego del atropello Barriga Saavedra se dio a la fuga después de notar que un grupo de personas observaba la escena, chocó a dos vehículos más, uno de los cuales estaba estacionado en Marín con Bustamante. Más tarde, un vehículo de carabineros logró detenerlo cerrándole el paso. Hoy, el asesino Barriga Saavedra se encuentra en libertad.

Actualmente la familia de Arturo está realizando diligencias para que la justicia haga valer las leyes, en particular la publicitada Ley de Tolerancia Cero. Creemos que es inconcebible que en el contexto actual, a pesar de la gran cantidad de anuncios que se han realizado a través de los medios, existan personas incapaces de tomar conciencia del peligro que significa para sus semejantes subirse a un vehículo motorizado en estado de ebriedad, y peor aún, manejar a exceso de velocidad, sin respetar las normas de tránsito. Delitos como este deben ser considerados homicidio en primer grado.

Para Editorial Cuneta la pérdida de Arturo es una tragedia de proporciones inmensas. No sólo porque él era el color de nuestra editorial, el alma de nuestras celebraciones, el talento artístico vertido en los libros, sino un amigo entrañable, un compañero de viaje sinigual y un apoyo fundamental en esta pelea editorial. Personas con el compromiso artístico, cultural y político de Arturo son escasas, y por lo mismo nuestra pérdida no sólo afecta nuestro espacio de desarrollo, también afecta a un país que pierde a un creador de primera línea. Arturo era consecuente con sus ideas, y para él movilizarse en bicicleta en una capital tercermundista como Santiago de Chile, era una elección coherente con ejercer la edición en un país con bajísimos índices de lectura: hacer por convicción, más que por ambición.

Nuestra editorial cesará sus actividades oficiales hasta el mes de octubre de 2012, momento en que reanudará con la participación en la 1° Primavera del Libro.  Por ahora, nuestra gran pelea es conseguir algo de justicia.


lunes, 30 de julio de 2012

HCG: el beatnik perdido de la literatura chilena

A continuación dejamos con ustedes la excelente nota de Macarena Gallo, publicada en diario The Clinic, del nuevo autor de nuestra editorial: Hernán Castellano Girón, más conocido como HCG, quien abre los fuegos en Editorial Cuneta con el excelente libro de relatos Llamaradas de nafta. Léalo, no sea pastel.



Foto: Alejandro Olivares
En plena UP, allá por 1971, Hernán Castellano Girón grababa su propia versión del clásico Nosferatu de F.W. Murnau. Pero no cualquier versión. La suya era una historia disparatada en la que el famoso vampiro viajaba a Chile, convertido en extraterrestre, en su típico sarcófago de madera. Y en sus andanzas por la ciudad de Santiago se topaba con puestos de sandías donde un anónimo artista había pintado a Barnabás comiendo la fruta o con el “Taller de calzado Condorito”.
Si la trama ya era loca, la filmación lo resultó tanto o más. HCG (así le gusta que lo llamen) le pagó a un carpintero para que le fabricara un ataúd. Durante semanas el director se paseaba por todo Santiago con el pijama de palo para llegar a los set de filmación. Para ahorrarse plata, lo transportaba en la citroneta de su pareja de ese entonces. Y como el auto era tan pequeño, el ataúd sobresalía y tenían que ponerle una bandera roja como cuando se acarrean palos. “Creían que era un funeral de pobres”, dice HCG, quien muchas veces se fue dentro del sarcófago para ahorrar espacio. Pero no sólo para eso. “Cuando estábamos en un semáforo, yo abría el ataúd y aparecía con una botella de vino vacía gritando ‘otra, otra’. Lo hacía sólo por huevear”. A veces la gente se reía, otras se persignaban asustadas o se sacaban el sombrero y algunos se picaban con la broma y salían persiguiendo al féretro.
En “Nosferatu, una escenita criolla”, como se llamó la película (que puede verse en youtube), HCG interpretaba a un cura loco. Tanto se poseyó del personaje que salía a callejear vistiendo la sotana. Y si veía a las monjitas les tiraba besos ruidosos poniendo cara de maligno. Las religiosas salían arrancando, murmurando oraciones.
El cura loco era, como le dices, el cura Haz-pún, ¿cierto?
-Tiene cosas de él. Pero el mío es loco. Tiene una cierta base en el mismo Drácula. Es más, es una suplantación del Doctor Van Helsing que persigue al vampiro y lo destruye.
La película se terminó de grabar antes del Golpe. Pero nunca pudo editarse completamente por razones obvias. Llegó la dictadura y la película fue enterrada en el patio del mismo Nosferatu, el actor- protagonista de la película, durante años. Es que la película, aunque resulte curioso, tenía alusiones a Patria y Libertad al mostrar unas arañas con las formas del símbolo del grupo armado de derecha, arañas que infectaban al pobre vampiro.
“Había bastante material que si lo miraban los milicos iban a tratar de investigar de dónde mierda venían, qué cresta era eso y por qué aparecían unos monos disparando arañas de Patria y Libertad”.
Recién a mediados de los 80, la película llegó a manos de HCG, que estaba viviendo en EEUU después de un primer exilio en Italia. Hasta ahora “Nosferatu…” es quizás el filme inconcluso más largo de la historia del cine chileno. Así al menos lo cree HCG: “Más de 40 años para sólo 28 minutos de filmación”, dice orgulloso sentado en su casa en Isla Negra, ubicada justo al frente del museo de Pablo Neruda (que usa a veces como centro de operaciones), en la que vive desde 2008.
Lo cierto es que HCG nunca más dirigió una película. Y se centró, principalmente, en desarrollar una carrera literaria en el extranjero. En Italia obtuvo la maestría en literatura latinoamericana de la Universidad de Roma con una tesis sobre Rosamel del Valle y publicó en el tiempo que duró su exilio una serie de libros, casi imposibles de hallar hoy, como “El automóvil celestial” (1977), “Teoría del Circo Pobre” (1978) y “El Ilegible: Las Nubes y los Años” (1988), que desde el exilio se dio maña para publicar en Chile. Todos tuvieron muy buena aceptación. Prueba de lo cual es que en 1977 un jurado integrado por Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Augusto Roa Bastos le otorgó el premio Revista Hispamérica por su cuento “Addio alla mamma”. Tanto en Italia como en EEUU era conocido como “el beatnik chileno” por su cercanía con Burroughs o Ginsberg, con quienes leyó poesía en varios encuentros. Sin embargo, acá nadie dio cuenta de eso. Y se le ignoró.
Ahora Editorial Cuneta viene hacerle, como hace 10 años Lom con “El huevo de dios”, un poco de justicia al publicarle “Llamaradas de Nafta”, una serie de once relatos delirantes que mezclan poesía, jazz, escenas de películas, alucinaciones, alienígenas, experimentos raros y hartas borracheras. Y próximamente, en septiembre, aparecerá en librerías su novela inédita “Espectros”, editada por el escritor de Isla Negra Mario Barahona. “En buena hora es la resurrección de HCG”, dice HGC.
CINE RAMPLÓN
“Nosferatu” surgió como una sátira de la UP y la derecha. “Mi posición era como la de Nicanor en ese tiempo, que criticaba tanto el sectarismo de izquierda como el de derecha, siendo que soy de izquierda, sin ser militante”.
¿Cómo fue hacer una película de vampiros en plena UP, donde el cine iba por el camino de la militancia?
-Buen punto ese. Era una provocación. A muchos nos hinchaba, desesperaba, la lentitud de los procesos, porque estábamos conscientes de que la política es el arte de la vida, como dice Pavese, pero ignorábamos también que es el arte de lo posible, y el Golpe así lo demostró y lo sigue demostrando en las componendas de la Concertación.
¿Qué te parecía el cine militante?
-En general ramplón, sectario y en suma, inocuo. Sin embargo, había cine militante de calidad también, lo que se hacía en Cuba, y por ejemplo el documental “La hora de los hornos”, de los argentinos Solanas y Gettino, fue muy importante. Muchas veces me peleé, hasta casi llegar a los golpes, con compañeros que despreciaban mi película.
¿Tan así?
-Recuerdo que un petimetre de izquierda, de los que abundaban, aunque algunos fueron verdaderos revolucionarios y mártires, me dijo “¿qué diría un obrero de tu película?”.
¿Qué le respondiste?
-Que primero se reiría mucho, como todos los que la veían, y comprendería su mensaje rupturista mejor que él, que era un señorito que posaba de izquierdista y menospreciaba el intelecto de los trabajadores. Ahí quedó la discusión.
¿Cómo ves el cine actual?
-He visto muy poco, pero percibo un proceso de degradación. En la actualidad me parece imposible la existencia de gigantes como Bergman, Fellini o Bresson. Un autor no grande, pero respetable como Tim Burton, nos ha propinado una Alice in Wonderland que es una verdadera vergüenza, un asesinato de una obra pionera en las vanguardias literarias, convirtiéndola en un disparate maravillosamente filmado y un bodrio técnicamente perfecto.
QUÍMICA
Antes de dedicarse al cine y la literatura, HCG estudió Química y Farmacia en la U de Chile, una carrera a la que ingresó sólo motivado por un “sueño de adolescente” y siguiendo los pasos de su compañero y amigo Charly. A decir verdad nunca le gustó. Es más, dice que los años que se dedicó a la profesión fueron de “penuria e infierno” y que desencadenaron su interés cada vez mayor por la literatura. De hecho, fue en ese tiempo que escribió “Kraal” (1965), un libro que relata la alienación que vivió trabajando en Pfizer Laboratories. “Estábamos sometidos en un sistema malífico para sobresalir a toda costa. El jefe entendía que su poder, su labor ahí, era estrujar a los empleados. Y entonces yo, como farmacéutico, estaba en ese lugar y debía cumplir ese rol”. Muchas veces se rebeló contra sus jefes. Esta alienación también está en su novela “La Tentativa”, donde aparece una industria llamada “La tumba logarítmica” en la que el protagonista, Andrés Argos, dedica su vida, día tras día, a medir con un vernier porotos de soya e inscribirlos en estadísticas.
En la época en que trabajaste como farmacéutico, ¿era imaginable esto de la colusión?
-No tanto. Ahora es horrible. La colusión destruyó el farmacéutico magistral. Y se transformó completamente en una mega industria, un monopolio de cadenas que manejan todo. Pero afortunadamente sobreviven algunos, como un compañero en Ñuñoa, con sus farmacias de barrio. Además que los remedios están súper caros. Y eso se debe a que las farmacias inflan artificialmente los precios. Cosa que yo vi cuando trabajaba en eso. Yo, es más, ayudé a formar un sindicato de farmacéuticos para que le pagaran más a los obreros, cosa que fue muy mal vista, lo que me significó que no pudiera hacer carrera. Algo que no quería tampoco.
GINSBERG Y LA PASTA
Quizás para lo único que le sirvió haberse metido a Q y F fue para conocer en persona a Allen Ginsberg mientras repetía un curso de laboratorio por flojo antes de titularse a fines de 1959. El poeta beat visitó su escuela, acompañado de Jorge Teillier, buscando información sobre un alucinógeno llamado chamico. Pero le fue mal. Esa vez sólo cruzaron un par de palabras. Pero hasta hoy recuerda esa visita en la que Ginsberg aprovechó de dar un recital sobre los beats: “Fue maravilloso. También leyó largos fragmentos de Howl y de Kaddish. La lectura se hacía con traducción simultánea de Alfonso Echeverría Yáñez, el hijo de María Flora y sobrino de Juan Emar, quien traducía estrofa por estrofa. Recuerdo un verso que decía ‘la besé mientras meaba’, que produjo un siseo en el público”.
Se reencontraría con Ginsberg, casi 20 años después, en Roma, pero en una cosa muy diferente. Ahora HCG era poeta y ya era conocido como “el beatnik chileno”. En ese encuentro se juntó un gran grupo de beats a los que admiraba, como Gregory Corso, Peter Orlovsky y el poeta Leroy Jones (antes de cambiarse el nombre a Imamu Ameer Baraka).
¿Cuál fue tu relación con Ginsberg? ¿Eran amigos como se dice?
-Tanto como eso, no. Yo le mandaba mis libros y dibujos, y él alguna vez me contestó con unas tarjetas postales americanas baratas diciendo cosas como “great!” o “good for…”. Y algo que conservo hasta hoy es una antología italiana bilingüe que me firmó y que incluye su dirección postal. Uno de nuestros encuentros poéticos fue un tremendo hueveo, en 1979, en el Primer Festival Internacional de poesía en Roma, donde había superestrellas como Evtuchenko y Andréi Voznesenski, que leyó un poema especial contra Pinochet. Y donde también estaban otros grandes como Juan Gelman, Jorge Enrique Adoum, Ramón Palomares, Carlos Contramaestre y Gioconda Belli. Quedó la escoba.
¿Qué pasó?
-Había como 500 indios metropolitanos…
¿Cómo?
-Unas comunidades urbanas de grupos contestatarios que se empelotaron.
¿Y tú también?
-No. Me habría pasado algo viendo a las minas, habrían pensado que era un degenerado. Así que no. La cosa es que estos indios se suben y le gritan a los beatniks “cállense, poetas miserables de la decadencia de Occidente, la poesía de ustedes tiene tanta poesía como el hoyo de mi culo de perfume francés. La verdadera poesía es la pasta”. Y subieron al escenario con una olla gigante de fierro repleta de pasta, la plantaron al medio y se hundió la huevada.
Ahí murió el festival. Llegaron los carabinieri y quedó la cagada.
La última que vio a Ginsberg fue en 1981, en un gran recital que dio en el Teatro del Detroit Institute of Arts. Ahí compartieron más en un encuentro en la casa de John Sinclair. Y conversaron largamente sobre Rosamel, Nicanor, Teillier y sus otros amigos chilenos. “También me presentó a Stella Sampas-Kerouac, la viuda y última mujer de Jack Kerouac, con quien hablé bastante y le conté de la influencia de Kerouac en la escritura de muchos miembros de mi generación como Antonio Skármeta y yo mismo. No podía creerlo y terminamos llorando abrazados”.
EN CALIDAD DE BULTO
En “Llamaradas de Nafta” aparece el cuento “El Picoteo”, narración literal de una borrachera que tuviste en un viaje a Lima. Bueno, en casi todo el libro hay copete. Uno queda con sed.
-Claro, hay mucho. Fueron épocas en que tomé mucho los fines de semana, sobre todo cuando estudiaba Farmacia. Me mandaba los tremendos carretes. Nos emborrachábamos religiosamente y aún recuerdo la voz airada de mi padre despertando y diciendo “lo vienen trayendo en calidad de bulto”. En algún archivo lejano, si es que existe, de la asistencia pública de Lima debo estar registrado con coma alcohólico porque casi me voy cortado. Es que le ponía bueno.
¿Y le sigues poniendo bueno?
-Ya no. Porque mi vida estaría en juego, y tengo que cuidar mi viejo esqueleto. Me echo su toquecillo de vez en cuando, pero con cautela.
Tu narrativa, dicen, es muy difícil de catalogar. Algunos la consideran surrealista, otros fantástica, otros niegan eso.
-Me dan lo mismo las clasificaciones, pero si me tienen que catalogar diría que estoy cercano a un surrealismo latinoamericano natural que proviene de nosotros mismos. Y quizás también a un realismo mágico, no de García Márquez, sino de Juan Emar, como me lo han hecho saber quienes me han leído.
¿Cómo ves el panorama literario chileno?
-Lo negativo ha sido y continúa siendo el sectarismo faccioso de grupúsculos de poder, sea institucional o simplemente de afinidad en lo mediocre, y el ninguneo, vicios inveterados del chileno, pero especialmente notorios en lo literario. Otras de las cosas que lamento es que la crítica chilena siga dándole al concepto generacional literario que para mí es un gran fraude crítico. Yo soy de la Generación del 60, pero no me identifico con ella. Lo que me une con Juan Emar es más importante que lo que me une con cualquiera de mi generación, como Jaime Quezada, Ariel Dorfman o Germán Marín. Es más, como poeta estoy más cercano a Rosamel, que nació en 1901, que a otro.
¿Por qué tus libros se han mantenido tan ocultos? ¿Por qué se desconoce tanto tu obra?
-Sepa Moya, como diría Nicanor. Yo creo que ha contribuido indudablemente la diáspora, la brecha abierta por la dictadura entre exiliados y arraigados. Pero estoy convencido que mi pecado mayor ha sido uno sólo, ser original, llevar adelante un discurso que no calza con ninguna de las líneas aceptadas y aceptables sobre todo en narrativa.
Al lanzamiento de “Llamaradas de Nafta”, HCG pensaba llegar disfrazado de Freddy Krueger. Pero sería meter la pata. El Viernes 13 corresponde a Jason y no al personaje de Pesadilla. Así que no hará el loco ni tampoco quiere ser parte del comidillo literario: “Dirían ‘las hueás que está haciendo para llamar la atención’. Es muy acerbo el medio literario chileno. Muy destructor”.
¿Por qué te viniste a vivir a Isla Negra? 
-Me vine por la mística. Un error. Acá es muy helado y me hace mal tanto frío.
Me decías que el mar de Isla Negra se ve como un gigantesco capuchino…
-Según las corrientes y las mareas, se llena de un cóctel de mierda emulsionada que vierten ilegalmente e impunemente condominios, redes de desagüe y supuestos depuradores de aguas servidas que funcionan sólo en el papel. Lo triste es que mientras Chile sea, como dice Nicanor, un país donde “no se respeta ni la Ley de la Selva”, no se verá solución al mierdoso problema de este “Litoral de los Poetas”.
Hace un tiempo estuviste pegado con las teleseries. ¿Las sigues viendo?
-Ya no. Había telenovelas muy buenas, como Pampa Ilusión, Aquelarre o Romané. Me interesaban mucho como fenómeno semiológico, además que entretienen, para qué estamos con cosas. Las de ahora, en todo caso, son una mierda, puro griterío.
¿Estás escribiendo algo?
-La segunda parte de “Calducho o las serpientes de calle Ahumada” (Planeta, 1998), una autobiografía real pero tratada con una forma de hiperrealismo literario. Y se llamará “En una niebla”. Será una cosa muy loca. Empezará cuando yo iba con amigos al telescopio que estaba arriba del Santa Lucía. Y subíamos por una escalera de caracol en plena oscuridad y estaban todas las parejas tirando y nosotros teníamos que pasar a saltos para no pisar a los huevones mientras nos echaban chuchadas, pero llegábamos igual a mirar el cúmulo globular cercano a la Cruz del Sur o a Marte, que en el año 56 estuvo muy cerca de la Tierra y se veía perfecto. Una maravilla.
LLAMARADAS DE NAFTA
Prólogo de Galo Ghigliotto
Cuneta, 2012, 127 páginas
Lanzamiento: viernes 13 julio, 19.30 hrs.
Casa Museo La Chascona
Presentan: Leonardo Sanhueza y Cristián Cisternas


http://www.theclinic.cl/2012/07/18/el-beatnik-chileno-que-por-error-vive-en-isla-negra/

domingo, 3 de junio de 2012

Nota en el diario The Clinic (jueves 03 de mayo de 2012), sobre "La alteración del silencio: poesía norteamericana reciente"








De un mensaje que vía facebook el editor y poeta norteamericano William Allegrezza le mandó en 2008 al editor y poeta chileno Galo Ghigliotto surgió el proyecto “La alteración del silencio”, que consiste en publicar en Chile una antología bilingüe de 26 poetas norteamericanos consagrados y emergentes, y, como contraparte, publicar en EEUU una antología de otros tantos poetas chilenos relativamente recientes (desde José Ángel Cuevas y Elvira Hernández, pasando por Víctor Hugo Díaz y Adán Méndez, hasta Yanko González y Eli Neira).
A la intención de romper el mutuo desconocimiento debe, de hecho, su título el proyecto antológico. El silencio que se busca alterar no es de orden poético, sino editorial. Ghigliotto considera que el diálogo debe “reanudarse” y no “inaugurarse” porque hasta antes del Golpe la comunicación era muy fluida: “Pienso en cuando vino Allen Ginsberg con otros poetas, a fines de los '60, invitados por Gonzalo Rojas a Concepción. Después del Golpe pasó poco y nada. Por supuesto que comenzó un diálogo pero en otros términos, en términos económicos sobre todo, y nos vimos invadidos de películas y de conceptos gringos que inundaron el imaginario chileno, pero de recibir expresiones más antisistema, como es la poesía, nada.
¿Nada?
-Bueno, casi nada. No he visto que antes de esta antología haya habido un intercambio serio entre editoriales o entre autores de ambos lados, salvo algunos poetas que han traducido textos sueltos de gringos y salvo también “This be the verse”, la antología que hace unos años Armando Roa publicó,  (Beuvedráis), pero ahí habían también poetas ingleses, muchos ya muertos, no era un panorama tan reciente”.

CUNETA CON CALABAZA
Dado ese contexto penca, Ghigliotto y Allegrezza se pusieron manos a la obra. Los poetas gringos los antologó Allegrezza, quien dice que estos son “los nietos poéticos de movimientos experimentales que se llevaron a cabo en el siglo XX en los EEUU”, refiriéndose a los poetas del Black Mountain College, a los objetivistas, a la escuela de Nueva York y a los beats. Aparte de los nietos de estos, se incluyen algunos poetas mayorcitos, como Maxine Chernoff o Charles Bernstein, que son una suerte de puente entre los movimientos recién mencionados y los jóvenes incluidos en esta antología, a los que Ghigliotto con Thomas Rothe estuvieron dos años traduciendo. Una vez finalizadas las traducciones, vino el trabajo de edición y diseño, que dio por resultado un archivo de casi 400 páginas. Y ahí Editorial Cuneta, que es comandada por Ghigliotto, volvió a toparse con la bestia negra de la edición independiente: el ítem presupuestario. Primero vino un aporte del Instituto Chileno Norteamericano de Cultura, útil pero del todo insuficiente. Entonces, conversando con Marcelo Montecinos, director de Libros La Calabaza del Diablo, decidieron aliarse. Cuenta Ghigliotto: “Cuando ya la plata se había esfumado -o fumado-, hicimos dos primeras ediciones muy limitadas, de 20 ejemplares, y nos dimos cuenta de que la edición oficial iba a salir mucho más cara de lo presupuestado inicialmente. Entonces Montecinos me ofreció ayuda con su imprenta (Caligrafía Azul). Así se sumó La Calabaza oficialmente al proyecto. Pero esta alianza parte de hace unos tres años, desde que vamos juntos a las ferias del libro”.
Se tiende a pensar que es puro problema la edición independiente, pero escuchándote da la idea de que se pasa más bien que mal, a pesar de las estrecheces.
-Sí, claro. Es épico en el sentido de que algunos editores independientes (no todos) ponemos lucas que después faltan a la hora de pagar las cuentas, y las ventas de ejemplares en librerías no alcanzan ni siquiera para cubrir los cheques de las imprentas. En ese sentido se pasa mal, pero juntarse con los autores a trabajar un libro, o con los amigos editores a conversar y coordinar huevadas como esta antología es muy entretenido y enriquecedor. Todo depende de las prioridades e intereses que se tengan. O sea, si piensas armar una editorial independiente para ganar plata, estái mal enfocado. Si no, es muy gratificante la edición independiente puesto que haces lo que quieres.
Por ejemplo, traducir y publicar a 26 poetas gringos de todo tipo.

SALUDABLES
En su prólogo, Allegrezza dice que esta muestra, aun siendo hartos los antologados, es condenadamente parcial, pues son 26 de un país donde hay muchos más poetas escribiendo. Como sea, asegura él que estos son bastante representativos. Y en efecto hay para todos los gustos y disgustos: 12 mujeres y 14 hombres, incluido Allegrezza, quien dice que se trata de poetas “importantes para la salud de la poesía estadounidense”.
¿Qué hay de nuevo, Galo, en estos poetas que los hace “saludables”?
-La novedad tiene que ver con la forma en que los norteamericanos tratan el texto, con una experimentalidad muy fuerte. Y eso puede venir bien acá, porque pienso que la poesía chilena tiende mucho a lo canónico.
¿Por ejemplo?
-Lihn, por ejemplo, es un referente que está súper instalado y es muy evidente cuando uno lee a varios poetas que están escribiendo y produciendo actualmente, está ahí Lihn, muchos están a su sombra. En cambio, en la poesía norteamericana actual hay una experimentación que arrasa con todo. Hay tipos que arman poemas con palabras sueltas tomadas en internet, hay uno (Roberto Harrison) que dice tener alucinaciones y las incluye en su poética, hay otro que toma como la estructura de textos orientales, etc. Las fuentes son mucho más variadas que acá. Aunque hay casos y casos, hay algunos poetas chilenos que se cierran las puertas a muchos tipos de lectura. Hay mucho prejuicio en la poesía chilena, incluso con la poesía local. A veces siento que hay un temor de los poetas en usar nuevos lenguajes, temor a quedarse hablando solos.
Este proyecto tiene una contraparte que será publicada en EEUU este año: poetas chilenos seleccionados por Ghigliotto y traducidos por Allegrezza.
¿Cómo fue esa contraparte del trabajo?
-Quise hacer una antología abierta, que recogiera distintos estilos. La idea era mostrar parte de la variedad de trabajos que hay.
¿Tiene Cuneta otra antología de este tipo en mente?
-Sí, de hecho empezamos a armar con un poeta portugués, Luís Filipe Cristóvão, una antología de poesía portuguesa que está muy buena. Hay poetas portugueses alucinantes, algunos viejos, otros más nuevos, y todos acá desconocidos.
¿Siempre piensas en esta modalidad de publicar simultáneamente allá y acá?
-Sí. Con Francia también pensamos hacerlo, pero no hay nada concreto aún.
Me imagino que lo que escasea más o menos son las lucas.
-Claro, y sin el “más o menos”.

POESÍA ESTATAL
Daniel Borzutzky, uno de los poetas antologados, es hijo de chilenos y es traductor de Juan Emar, Zurita y Huenún, entre otros. Uno de sus textos incluidos se llama “Poesía estatal”, donde se puede leer: “Este poema siente que para un poema no hay mejor propietario que el Estado / Este poema siente que la poesía controlada por el Estado es la poesía del futuro”.
¿Trabajarías con fondos estatales?
-Nosotros, como Editorial Cuneta, no postulamos a fondos públicos para editar libros, aunque sí para dar a conocer nuestros libros y autores en otros países, cosa que de otro modo nos sería imposible hacer
¿Por qué no para editar?
-Básicamente porque no quisiera que un libro de la editorial tuviera el logo del gobierno. Ademas, queremos ser independientes, publicar lo que nos parece importante sin tener que seguir los gustos de los jurados de los concursos del CNCA.
¿Por este gobierno o en general?
-En general, pero más que nada por este gobierno, que viene de un lado afín a la idea de tratar al libro como un mero producto, y no como un elemento constituyente de sociedad. Recordemos que Chile era un país sin IVA en los libros hasta 1976.
Y no pegaría bien porque hay que señalar aquí que el logo de Cuneta es un encapuchado.
-Cierto... En todo caso lo de la capucha surgió porque al inicio la idea de Cuneta era ser una editorial pirata que publicara, a la mala, libros de autores que todos quieren leer pero por los que no pueden pagar. Pensábamos hacer lanzamientos con capucha, como las conferencias del FPMR.
¿Y qué pasó?
-Sacamos unas plaquetas de Bolaño, de Jaime Saénz, de Pablo de Rokha, de Pier Paolo Pasolini, y se acabaron rápido porque las vendíamos a luca. Después, varios autores que nos interesaban nos pasaron sus textos, así que ya no fue necesario falsificarlos. Ahora vendemos sus libros a precio pirata, pero en la legal.

Entrevista: Vicente Undurraga
Transcripcion: GG

sábado, 25 de febrero de 2012

“No puede poblarse el mundo / sin las huellas que desatan / el misterio animal del origen”: sobre cajita americana de Luz Astudillo Por J. Marchant




¿Los vivos y los muertos? No: los vivos

y el recuerdo de los muertos en la memoria de los vivos.

Lazo de memoria.

Paul Ricoeur


Lazo de memoria este libro, cajita americana nos traslada a la imagen de la sepultura, a nuestros muertos –“no nos desembarazamos de los muertos, jamás terminamos con ellos”, dice Ricoeur–, al instante en que la letra se detiene para encontrarse con lo radical: la muerte ha desplazado su condición de destino –el ser desde siempre está predestinado a su acabar– y se transforma en un acontecimiento. En ese acontecimiento que deviene cementerio silenciado por el discurso histórico tradicional, la voz de cajita americana se sumerge, a veces como portavoz de esos “lamentables superhéroes” que recobra en su decir y otras, perforada por su contemporaneidad, se transporta al pasado y retorna a la escritura con el eco de los muertos trenzado en su propia experiencia. Vecindad entre el origen brutal del mestizaje latinoamericano y esa experiencia que delata la voz acerca de la búsqueda de su propio origen. Próximos a una mujer que lava su corazón y que, como último acto, lo enjuaga en el río –como en “Los bombarderos” de Sexton–, los poemas de este libro enjuagan en el río el discurso occidental que entorpece el recorrido y el viaje que implica el gesto de reconocimiento a través de lo latinoamericano. Un viaje que evoca y revive el cuerpo fracturado, “buscar el origen / es deslizarse por las costuras / de cada herida” (34). Así, esta escritura se debate entre el pasado –la recuperación de las voces otras que fueron silenciadas–, el deseo del hogar y, en la insistencia y pulsión de ese deseo, el desarraigo.

Como portavoz de los “pueblos ahogados” o de los “huérfanos de historia”, esto es, el origen indígena que atraviesa todo el libro, ni en los acontecimientos ni en el lenguaje halla resguardo o calma. Por una parte, el paisaje es un “terreno minado”, espacio inhabitable incluso el hogar –“la casa es un campo de concentración” (11)–, lo que ubica al sujeto en un descampado donde es imposible asirse o encontrar un lugar para recomponerse. Por otra, el yo, incompleto por antonomasia y, en este caso, exhibiendo el sendero transitado para ir constituyéndose a través del lenguaje, se encuentra con una lengua quebrada, representada por la figura de la Malinche. “Hablé de construir refugios en el lenguaje” (30), dice la voz, refugio como quien dice asidero y reconocimiento parcial del ser, calma en cuanto leve apaciguar del debatirse. Pero no. Esta lengua en la que pretende conseguir amparo es una “lengua cortada” y, sobre todo, impuesta. ¿Cómo nombrarse a través de un lenguaje que es simbólicamente la muerte de nuestro “propio” lenguaje? ¿Cómo impostar el nombre y cargar con la nominación que proviene de la violencia? La figura de la Malinche, entonces, ingresa a la textualidad como representante de ese espacio donde dos lenguas –la española y la indígena– se cruzan y colisionan en un solo cuerpo; cuerpo que, a su vez, simboliza y hace posible el momento de la conquista americana: vendepatrias en el discurso popular mexicano, la Malinche, portadora de ambas lenguas y encargada de generar una tercera que haga accesible la comunicación del conquistador, es, además, la madre del primer mestizo reconocido, del inicio y origen de “los hijos caídos”. La Malinche –Malintzin, en realidad– en este poemario aparece como Marina, nombre español proveniente del bautismo, sello que representa el ingreso a la esfera occidental y al bando enemigo. Decir sencillamente Marina no es obviar su raíz indígena, sino –y sobre todo en esta escritura– conlleva mostrar la derrota de un pueblo a través de la “rectificación” e imposición del nombre. A partir de ese campo minado que es la disputa incluso por el nombre, la voz de cajita americana sabe que, a pesar de intentar refugio en las palabras, estas constituyen la lengua como medio de subyugación. Náufraga en palabras ajenas –“lo ajeno de nuestro idioma” (10)– y desarraigada en medio en un paisaje desolador que ha ingresado al espacio privado de la casa –convertida en campo de concentración–, se repliega y ovilla, ahora, en el gesto de evocar la infancia.

“La infancia / que no fue una fiesta / no nombrar” (33), anuncia el poema que le da título al libro. Infancia que es, etimológicamente, infantia en latín, es decir, incapacidad de hablar. Balbuceo y error, al igual que los indígenas que, aprendiendo una lengua impuesta, se vuelven niños en la esfera lingüística y aprendices de palabras que ni siquiera son capaces de simular acercarse a lo que los rodea –recordemos a Colón escribiendo sobre ruiseñores en América, pues no había término en el español para denominar a los pájaros del Nuevo Mundo; “las palabras nos quedaban grandes” (10), dice el poema “Los sin nombre”, grandes como el niño que se disfraza con la vestimenta de su padre y descubre, desde el ropaje, su diferencia–. Este ahondar en la fase de la infancia, en este sentido, es la indagación en el origen del cruce: cuando lo indígena comienza a permearse por lo español y debe reinventarse, acomodarse, volviendo a una etapa iniciática que involucra una borradura de lo propio y, tal vez, una especie de segunda infancia forzosa. Infancia que no fue una fiesta, pues “América es un niño escarbando en la basura” (14): el infante expulsado del mundo del juego para ser sometido al de la necesidad, en el que ha de conformarse con los desechos. El niño que alcanza un juego con los harapos que, en estos poemas, son también ese lenguaje deshilachado que queda de la colisión que implica la conquista lingüística. Palabras como desechos también, de ese balbuceo indígena que, sabiendo que no está en una fiesta, no puede sino mezclar palabras, en un juego del desgarro “como si [sus] primeras palabras fueran juguetes rotos” (30). ¿Qué obrar tiene un nombre? Acaso nombrar significa guarecerse y elidir el temor al vacío del silencio. Esos “huérfanos de nombre” transitan por todos los poemas, esos despojados de palabra y lanzados a una historia que los desplazó y amontonó en la esquina de los innominados; los vencidos diría la historia revisionista, los huachos a quienes les ha sido negada la palabra del padre –“el padre no dibuja su presencia” (26)–. Y es en este acontecimiento lapidario, donde el yo, habitando el recuerdo de lo innombrado, eleva el gesto y “escribe sobre el polvo de las ventanas / sus iniciales ciegas” (27), porque comprende que “los nombres / eran necesarios / para hilar lo frágil de la memoria” (30). No es Marina-Malinche-Malintzin la que recupera su nombre, pues, en estos poemas, su imagen queda lejos, entrando al abismo con “vidrios bajo la lengua” (9), pero sí es este yo quien, no desde balbuceo infantil sino desde la punta del dedo, inscribe y huella el vidrio con las iniciales que, en un intento de restitución, simbolizan la recuperación de la memoria.

“Todo es un jardín construido / tras el último derrumbe” (31), un jardín después de la catástrofe. Pero es “el jardín de atrás” como indica el título. Desde una zona oculta, alejada de la máscara de la fachada y, a la vez, relegada a un lugar secundario, esta voz se embarca en la labor de edificar con eso ajeno que se ha impuesto en lo propio y con lo propio también, que es la experiencia del recorrido revisionista y, sobre todo, reactualizador del acontecimiento de la conquista. Digo aquello de la reactualización porque este libro está poblado de escenas contemporáneas que afirman el horror de la conquista como ciclo que retorna y no como un suceso estacionario: el amante en Nueva York que ignora a la mujer latina (21), los carteles luminosos anunciando otro derrumbe (34), hombres que matan por petróleo (23), por mencionar algunas. Y, en esa devastación que siempre regresa, ella intentando erigir un jardín que es un viaje (31), apretando los ojos –“cerré los ojos para el vuelo” (36)–, en un paisaje donde todo pájaro que pretende volar acaba hundido en el barro. “Un pájaro vuela, yo no puedo volar” dice Prado en ©Copyright, y esta voz, la de cajita americana, presencia pájaros que no vuelan e intenta alzarse imitando lo que ellos no pudieron. Sin resolución, pero sí con un deseo, este libro acaba en la repetición del acto de búsqueda –“descubrir mi identidad de barro” (38)–, sin “salir de América” (38), sino quedándose, como quien resuelve que el único modo de asirse es romper las costuras de la herida. Una cajita americana que es ese juguete roto, primer objeto en el jardín de atrás, “escondida entre el derrumbe de las paredes” (38).

De izquierda a derecha: Julieta Marchant, Luz María Astudillo, Galo Ghigliotto.